¿RECUERDA
ese juego de la infancia llamado «sigue al líder»? La idea era copiar las
payasadas de la persona al frente de uno en la línea de niños que iban dando
vueltas por el vecindario. Ser uno de los «seguidores» era bueno, pero ser el
«líder» era lo más divertido, ya que a este le tocaba crear mímicas y marchas
imaginativas para que los demás lo imitaran.
En
la vida real, los grandes líderes son una rareza. Muchas veces hay personas
elegidas o señaladas para ocupar posiciones de liderazgo, pero después titubean
o dejan de actuar con decisión. Otros abusan de su poder para satisfacer el
ego, aplastando a sus súbditos y despilfarrando recursos. Pero sin líderes
fieles, éticos y eficaces, la gente vaga.
Israel
viajó cuarenta años por rutas sinuosas en el desierto, pero no porque
seguían al líder. Todo lo contrario. Con una fe decadente, se negaron a
obedecer a Dios y conquistar a Canaán. Por eso vagaban. Finalmente, la nueva
generación estaba lista para cruzar el Jordán y poseer la tierra. A Josué,
quien se distinguía como hombre de fe y valor (él y Caleb fueron los dos espías
que presentaron un informe positivo, según se narra en Números 13.30-14.9), lo
escogieron como sucesor de Moisés. Este libro relata el final de la marcha del
pueblo de Dios y su conquista de la tierra prometida bajo el liderazgo de
Josué.
Josué
fue un brillante líder militar con una gran influencia espiritual. Sin embargo,
la clave de sus triunfos era su sumisión a Dios. Cuando Dios hablaba, Josué
escuchaba y obedecía. La obediencia de Josué sirvió de modelo a Israel. Por lo
tanto, el pueblo fue fiel a Dios durante la vida de Josué.
El
libro de Josué se divide en dos partes principales. La primera narra los hechos
relacionados con la conquista de Canaán. Después de cruzar el Jordán en seco,
los israelitas acamparon cerca de la gran ciudad de Jericó. Dios mandó al
pueblo que la conquistaran mediante trece marchas alrededor de la ciudad, al
cabo de las cuales tocarían las bocinas y gritarían. Debido a que siguieron
esta singular estrategia de Dios, ganaron (capítulo 6). Después de la
destrucción de Jericó, comenzaron a atacar al pequeño pueblo de Hai. Su primer
ataque fracasó debido al pecado de uno de los israelitas (Acán; capítulo 7).
Después que los hombres de Israel apedrearon a Acán y a su familia, quitando el
pecado de en medio de la comunidad, los israelitas conquistaron a Hai (capítulo
8). En la siguiente batalla contra los amorreos, Dios hizo que aun el sol se
detuviera para ayudar a los israelitas en su victoria (capítulo 10).
Finalmente, después de derrotar a otros grupos de cananeos dirigidos por Jabín
y sus aliados (capítulo 11), poseyeron la mayor parte de la tierra.
La
segunda parte del libro de Josué narra la distribución y el establecimiento del
pueblo en el territorio conquistado (capítulos 13-22). El libro concluye con el
discurso final de Josué y su muerte (capítulos 23, 24).