martes, 9 de enero de 2018

1RA. SAMUEL

«CORREDORES a sus marcas», grita el encargado de dar la orden de partida y la multitud vuelca su silenciosa atención en los atletas que caminan hacia la línea. «Listos»... ahora en posición, músculos tensos, esperando nerviosamente al sonido de la pistola. ¡Resuena! Y se inicia la carrera. En cualquier certamen, el comienzo es importante, pero el final lo es aún más. A menudo el corredor que va al frente perderá fuerza y se quedará rezagado. Y ahí tenemos la tragedia del abridor brillante que mantiene el paso por un tiempo, pero que ni siquiera llega al final. Renuncia a la carrera, destruido, exhausto o herido.

Primero de Samuel es un libro de grandes comienzos... y finales trágicos. Comienza con el sumo sacerdocio de Elí durante el tiempo de los jueces. Como líder religioso, Elí sin duda debió haber comenzado su vida en estrecha relación con Dios. En su diálogo con Ana y en la preparación de su hijo Samuel, Elí demostró un claro entendimiento de los propósitos y el llamamiento de Dios (capítulos 1, 3). Pero su vida terminó en la ignominia cuando Dios juzgó a sus sacrílegos hijos y el arca sagrada del pacto cayó en manos enemigas (capítulo 4). La muerte de Elí marcó la decadencia de la influencia del sacerdocio y el surgimiento de los profetas en Israel.

Ana dedicó a su hijo Samuel al servicio de Dios. Llegó a ser uno de los más grandes profetas de Israel. Era un hombre de oración que terminó la obra de los jueces, comenzó la escuela de los profetas y ungió a los primeros reyes de Israel. Pero incluso Samuel no era inmune a terminar mal. Como la familia de Elí, los hijos de Samuel se apartaron de Dios; aceptaban sobornos y pervertían la justicia. El pueblo rechazó el liderazgo de los jueces y sacerdotes y clamaron por un rey «como tienen todas las naciones» (8.5).

Saúl también tuvo una buena arrancada. De porte impresionante, este hombre guapo (9.2) y humilde (9.21; 10.22) fue el elegido de Dios para que fuera el primer rey de Israel (10.24). El comienzo de su reinado estuvo marcado por liderazgo (capítulo 11) y valentía (14.46-48). Pero desobedeció a Dios (capítulo 15), se volvió celoso y paranoico (capítulos 18, 19) y finalmente Dios le quitó su reino (capítulo 16). La vida de Saúl continuó en marcada decadencia. Obsesionado con matar a David (capítulo 20-30), consultó a una médium (capítulo 28) y por último se suicidó (capítulo 31).

En medio de los sucesos de la vida de Saúl, aparece otro gran corredor: David. Un hombre que seguía a Dios (13.14; 16.7), David ministró a Saúl (capítulo 16), mató a Goliat (capítulo 17) y se convirtió en un gran guerrero. Sin embargo, debemos esperar hasta el libro de 2 Samuel para ver cómo terminó su carrera.

A medida que lea el primer libro de Samuel, observe la transición de la teocracia a la monarquía, regocíjese con las historias inmortales de David y Goliat, David y Jonatán, David y Abigail, y observe el surgimiento de la influencia de los profetas. Pero en medio de la lectura de todas estas historias y aventuras, propóngase correr su carrera de principio a fin como una persona de Dios.

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